lunes, febrero 28, 2005

Bricomanía

Mis domingos son cada vez más patéticos. Ayer me tiré la mañana en el sofa, frente al televisor, con una gran resaca. En un estado tan lamentable me sorprendió comprobar que mis niveles de sensibilidad seguían intactos. Di por casualidad con Bricomanía. Un hombre se servía de una plantilla de cartón para dibujar sobre una tabla de madera. Sentí curiosidad por lo que iba a construir así que dejé el mando sobre la mesa, convencida de que Telecinco era momentáneamente la mejor opción. El señor agrupaba ahora las tablas serradas y las limaba. Me fijé entonces en sus manos: grandes y poderosas, y en la forma en que las movía. Pasaba la yema de los dedos por los cantos de las piezas, como acariciándolas mientras hablaba de lijas o lijadoras. Utilizaba las manos aleatoriamente para reafirmar su mensaje (gestualizando) y para trabajar la madera. Me tiré todo el programa fijándome en sus manos: las apoyaba sobre la mesa y me enviaba a un "briconsejo", pasaba las manos por diversas herramientas y agarraba una fresadora. Ponía gatos entre la mesa y las tablas, pintaba con un rodillo... Y yo me preguntaba si manos tan experimentadas como las suyas sabrían tocar con audacia el cuerpo de su amante.

jueves, febrero 24, 2005

Teléfono rojo

La tecnología es inoportuna. Ayer estaba entretenida en los preámbulos del placer cuando sonó el móvil. Los días de invierno me gusta acurrucarme en mi edredón y desentenderme del mundo mientras fuera ruge el viento. Cuando decido irme a la cama lo hago sin premeditación y alevosía, pero a veces la mente se me dispara y me pongo perra. Entonces mis manos acuden presurosas a avivar el incendio y empiezo a acariciarme. Ayer estaba en el momento más dulce cuando el tono "kaleidoscopic" arreció de repente. Perezosa, alcé una mano hasta coger el teléfono y contesté. Era una amiga. No hacía más que recitar como un loro el discurso anti-hombres. Sumida como estaba en el aburrimiento, me acerqué los dedos a la nariz y respiré profundo. Era mi olor y, como todo lo que es mío o rodea mi intimidad, me inspira. Entonces fui malévola y le propuse a Vero que se relajara. Para estimular a alguien en la distancia no es necesario haber trabajado en un teléfono rojo. La prueba es que su voz terminó en un hilo de gemidos y alientos entrecortados. Ya digo, la tecnología puede ser inoportuna. Y la ocasión la pintan calva.

miércoles, febrero 23, 2005

Fábula erótica

Ayer descubrí un relato en la Biblioteca Nacional que me fascinó. Se trata de un incunable del s. VIII que se refiere a la ciudad de Ur. Al parecer, es un tratado sobre el amor. En una de sus páginas, adornadas con ilustraciones, se cuenta:
"...Aquella noche el sultán le dijo a su esclava:
-Mediré tu amor según la paciencia con la que me ames y la pericia con la que me toques.
La muchacha, que había sido comprada esa misma mañana a cambio de veinte vasijas de oro, lo miró extrañada. Echó un vistazo a la suntuosa habitación y se giró hasta alcanzar un tarro de vidrio coloreado. Se inclinó para besar al sultán en la frente y lo invitó a que se recostara en el camastro. Entonces se despojó de su albornoz. Debajo llevaba una túnica que dejaba adivinar unos pechos tersos y consistentes, y un monte azulado entre muslo y muslo. Con delicadeza fue abriendo las ropas del sultán una a una hasta encontrarse con su piel. Deslizó sus dedos por el torso desnudo del hombre y comenzó a destapar la pequeña vasija coloreada. De ella salió un olor floral muy fuerte. Se untó las manos con el unguento y después las pasó por el cuerpo del sultán, haciendo pequeñas presiones allá donde le parecía. El hombre se retorcía y emitía sonidos sordos... Sentía que estaba en la antesala del placer, en el preludio del éxtasis. Ella lo percibía y se excitaba poco a poco, aunque continuaba. Llegados a ese punto el sultán no pudo más y le dijo:
-Has satisfecho mi deseo: me has entregado paciencia y pericia en un solo acto. Ahora es justo que me pidas lo que quieras. Te lo concederé.
Fuera de aquella circunstacia la mayor inquietud de la joven siempre había sido la conquista de su libertad pero cegada por el instante, contestó:
-Mediré tu amor según la furia con la que me ames y la tensión de tus músculos al abrazarme-. Y comenzó un combate atroz y pasional del que aún se hacen eco los juglares.
Cuenta la leyenda que a la mañana siguiente se despertaron entrelazados y la joven le pidió al sultán que le concediera la libertad. El hombre, con pena en su corazón, accedió. Cuando su consejero personal se enteró, le preguntó por qué había concedido tal favor a una esclava que la noche anterior había canjeado su libertad por un deseo caprichoso. El rey sonrió enigmático y dijo:
-También Esaú vendió su primogenitura por un plato de lentejas -. Y citando al poeta maldito, añadió- El joven piensa como un dios; el viejo, como un miserable*".
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*Leopoldo María Panero

martes, febrero 22, 2005

Tradición oral

Como el resto de los mortales tengo perversiones oscuras, sólo que yo se las cuento en voz alta a mis amantes. Normalmente lo hago por tedio; porque no me estimulan sus caricias ni me excitan nuestros encuentros programados. Nunca cuento las mismas, ni del mismo modo. Susurrarlas al oído suele gustarles. Entonces noto como su respiración se acelera y se vuelven vulnerables... Esta mañana Battiato me ha dicho que me protegería de todas las enfermedades, que me salvaría de cada melancolía. Sólo un cantante italiano es capaz de decirle cosas así a una mujer. De hecho, estoy empenzando a pensar que sólo hay dos categorías de hombres: los italianos y el resto. Pero sé que no es cierto. Hay mamones dentro y fuera de los confines de "la bota", y tíos que te follan como si fueras una "puttana" aunque no sean italianos.
Pero yo hablaba de los relatos eróticos que cuento a mis fieles. Debo confesar que me gusta más materializar fantasías que reproducirlas oralmente, aunque cuando lo hago suelo inspirarme en el vecino Oriente. Entonces les cuento que un arquero precoz de pelo rizado apunta con su flecha dorada al coño encrespado de una africana. Ésta está sentada en el suelo, abierta de par en par y sedienta de amor. Los senos son turgentes y sus pezones morados rozan casi sus muslos. Ella no dice nada, aunque lo mira deseándolo. Después de florituras y adornos mi amante eyacula. Pocos saben que la estética recreada pertenece a Las mil y una noches, de Pasolini. Ojalá lo supieran y tuviéramos algo de qué hablar después del eros.

lunes, febrero 21, 2005

¿Francés en estos días?

On a fait la grasse matinée- Quisiera haberle dicho, sólo que estaba exhausta después de mi despertar multiorgásmico. De haberme pillado hace diez años me habría tumbado junto a mi amante; los cuerpos sudorosos sobre las sábanas del combate, toda tierna y melosa. Pero tratándose de ayer, de vuelta de algunas cosas, alcancé un cigarrillo y me lo llevé a la boca. Quien había sido mi enemigo hace sólo un rato yacía como inerte a mi lado...
De todas formas -pensé- no me entendendería. ¿Quien habla francés en estos días?- Miré su cuerpo tostado y di la primera calada. Entonces me acordé del póster que colgaba en una de las cuatro paredes de mi estudio en París: una Marilyn con los ojos entreabiertos o entrecerrados, como se prefiera, y la boca jugosa. Su boca también lo era. Pero eso no importaba. De hecho, "pocas cosas importan realmente". Eso decía monsieur Dupont, un borracho que frecuentaba la brasería donde trabajé dos meses, antes de que me echaran.
Pensando en él, me levanté, apagué el cigarrillo y empecé a buscar mis bragas brasileñas entre las sábanas. No quería despertar a mi compañero de cama, así que lo hice sigilosamente, casi con pudor. Me vestí rápidamente y salí del apartamento.