miércoles, septiembre 24, 2008

Chantelle Palace

La cita es en el Palace a las trece treinta. Complicidad en la sonrisa, los porteros ya me conocen. Nada que decir, todos sabemos a lo que estamos. Hace tiempo que dejé de anunciarme. Simplemente, ya no me hacía falta. Cotizo como autónoma en el subterfugio de una amiga, por lo que en invierno trato de abrigarme para no caer mala. Se me va un buen pastón en manicura y pestañas postizas pero lo amortizo con creces. Figúrate, ¡si acabo de meterme en mi segunda casa! Soy una que vivirá de las rentas, lo tengo asumido, porque paso del sueño romántico de que te retiren.
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Al llegar al hall, entre la tienda de Loewe y los ascensores, mi móvil. Es Henri. A ellos les gusta que hable idiomas y discutamos de arte. Es el plus que me distingue; otras se agarran a la silicona y el botox. “Ahora no puedo. Luego te llamo” y cuelgo. La brevedad es una de las máximas en la comunicación con mis clientes. No necesito saber mucho de ellos, me gusta más imaginarlo.
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Bajan una pareja de ancianos, ella con un Burberry de última temporada. Aquí hasta las bragas tienen que ser de oro. Bajan ellos, subo yo. Cuarta planta. La moqueta insonoriza mis tacones, también de última temporada. A diferencia de otras, yo no acepto regalos. Con las negativas creas adicción. Ellos no lo saben. Yo lo he comprobado.
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Llamo a la puerta. Con este de ahora será la segunda vez que me veo. Le habló de mí un colega. Hasta en eso son unos críos, en compartir coños. Luego se lo cuentan de farra y tan contentos. Lo que ignoran es que esto es como el teatro, cada vez diferente. Pero eso sólo llegan a entenderlo los que nos dedicamos a ello como un arte. Un uno por ciento, por cierto.
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Y sí, me recibe en albornoz. “Ahora vuelvo”, le beso la nariz y me refugio en el baño. Estas habitaciones no tienen pérdida. Sólo en el Hyatt de place Vendôme me sentí algo desorientada. Supongo que la ocasión lo mereció. Me desnudo frente al espejo. Aunque ellos no me pongan, yo me pongo conmigo misma. Soy así de simple, así de fácil. Para la ocasión, lencería Chantelle, que te transforma en pantera africana a base de fruncidos color burdeos. Salgo sobre mis tacones y mientras ando, me huelo bien. Esta es la parte que más tengo que trabajar, la concentración. Porque desde que me acaricio en el baño hasta que me ponga con sus bufidos temo perder la firmeza de los pezones.
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“Esta vez yo soy el poli”, le digo. Y saco una pistola de plástico de la media izquierda. Se la paso por el pecho y le abro del todo el albornoz. La bestia, toda mía. Gracias a los cafés con otras chicas he logrado meterme la polla más allá de la garganta. Poco a poco, respetando los anillos de la faringe. Se lo hago, porque es mi segunda vez con él y prefiero ir sobre seguro. Las rarezas, que las saquen ellos. Si no, podría espantarlos.
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Comienzan los suspiros ahogados y tardo poco en mojarme. No sé cómo pero acabo corriéndome tras saltarle encima y echarle el agua de la pistola en la cara. Perdonen que no lo cuente todo. Si no, me quedaría sin material para mis memorias de alto standing. En dos palabras: la jubilación.