Postepílogo
Subió las escaleras de tres en tres, estirando al máximo tendones y músculos en una carrera neurótica. Estaba convencida de que en el cuarto de su hermana encontraría algo que la podría ayudar… el antídoto que la sacaría del coma. Los médicos no eran optimistas pero ella se resistía a pensar que Kikí no se recuperaría. Abrió el cajón con rabia, como dando un bofetón a todos los incrédulos. La melena desordenada le caía hasta introducirse entre la camisa del pijama y sus tetas hinchadas de furia. Se la apartó de un manotazo y, sin moverse, de un vistazo pasó revista al contenido del cajón. Cartas, cuadernos, posits, folios llenos de apuntes y borratajos… Los sacó y se puso a ojearlos con detenimiento. Estaba segura de que el antídoto estaba allí, manuscrito por su propia hermana, ahora convaleciente. Tras hora y media de lectura atenta una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro.
– "Las cuatro cosas que necesitaría para salir de un posible coma:"– leyó en voz alta–. "1. El tacto de mi bufanda granate; 2. El olor del chocolate 100% puro; 3. Cualquier canción de bunburón; 4. El sol en el abdomen mientras me hago (me hacen) ochos en torno al ombligo".
Eufórica, se llevó el cuaderno consigo, preparó una bolsa y salió pitando para el hospital.
– "Las cuatro cosas que necesitaría para salir de un posible coma:"– leyó en voz alta–. "1. El tacto de mi bufanda granate; 2. El olor del chocolate 100% puro; 3. Cualquier canción de bunburón; 4. El sol en el abdomen mientras me hago (me hacen) ochos en torno al ombligo".
Eufórica, se llevó el cuaderno consigo, preparó una bolsa y salió pitando para el hospital.