'Tu negra'
La primera vez que me subí a un coche quedé bautizada para el resto de mis días. Iba yo con mis andamios de diez centímetros llorando como una magdalena. La comisaría se había convertido en mi segunda casa; haciendo guardia noche y día para conseguir los dichosos papeles. Y luego vete a los barrios ricos y pásate las horas quitando mierda.
Así que me vi en aquel cruce lleno de semáforos con tanta rabia en el estómago que decidí sentarme en la acera y calmarme un poco. Me quitaba las lágrimas a manotazos, corriéndome todo el rímel por las mejillas tostadas, como mis muslos tostados porque allá de donde vengo todas somos así. Y, de repente, un Alfa Romeo que se para frente a mí y, como regodeándose en mi dolor, el conductor se me queda mirando; hasta que baja la ventanilla y me hace un gesto con la cabeza. Pues fue un momento, no más, pero me vi de pronto en Via Chiaia cargadica de bolsas. Y allá que me fui hacia el coche… Lo primero, pasear el trasero como si fuera gelatina y eso sólo se consigue desde los tobillos y las rodillas, ¡mi amor! Por eso las suecas, las pobres, no saben andar. Después, una caricia en el mentón del señor para hacerle notar las uñas; que quien avisa no es traidor. Y, por último, poner los brazos sobre la ventanilla y susurrarle el precio al oído mientras la cadenita de la Virgen baila entre lola y lola.
-¿Y tú quien eres? –me dice. Me mojo los labios antes de contestar:
-¿Yo? Tu negra.
Así que me vi en aquel cruce lleno de semáforos con tanta rabia en el estómago que decidí sentarme en la acera y calmarme un poco. Me quitaba las lágrimas a manotazos, corriéndome todo el rímel por las mejillas tostadas, como mis muslos tostados porque allá de donde vengo todas somos así. Y, de repente, un Alfa Romeo que se para frente a mí y, como regodeándose en mi dolor, el conductor se me queda mirando; hasta que baja la ventanilla y me hace un gesto con la cabeza. Pues fue un momento, no más, pero me vi de pronto en Via Chiaia cargadica de bolsas. Y allá que me fui hacia el coche… Lo primero, pasear el trasero como si fuera gelatina y eso sólo se consigue desde los tobillos y las rodillas, ¡mi amor! Por eso las suecas, las pobres, no saben andar. Después, una caricia en el mentón del señor para hacerle notar las uñas; que quien avisa no es traidor. Y, por último, poner los brazos sobre la ventanilla y susurrarle el precio al oído mientras la cadenita de la Virgen baila entre lola y lola.
-¿Y tú quien eres? –me dice. Me mojo los labios antes de contestar:
-¿Yo? Tu negra.