miércoles, febrero 23, 2005

Fábula erótica

Ayer descubrí un relato en la Biblioteca Nacional que me fascinó. Se trata de un incunable del s. VIII que se refiere a la ciudad de Ur. Al parecer, es un tratado sobre el amor. En una de sus páginas, adornadas con ilustraciones, se cuenta:
"...Aquella noche el sultán le dijo a su esclava:
-Mediré tu amor según la paciencia con la que me ames y la pericia con la que me toques.
La muchacha, que había sido comprada esa misma mañana a cambio de veinte vasijas de oro, lo miró extrañada. Echó un vistazo a la suntuosa habitación y se giró hasta alcanzar un tarro de vidrio coloreado. Se inclinó para besar al sultán en la frente y lo invitó a que se recostara en el camastro. Entonces se despojó de su albornoz. Debajo llevaba una túnica que dejaba adivinar unos pechos tersos y consistentes, y un monte azulado entre muslo y muslo. Con delicadeza fue abriendo las ropas del sultán una a una hasta encontrarse con su piel. Deslizó sus dedos por el torso desnudo del hombre y comenzó a destapar la pequeña vasija coloreada. De ella salió un olor floral muy fuerte. Se untó las manos con el unguento y después las pasó por el cuerpo del sultán, haciendo pequeñas presiones allá donde le parecía. El hombre se retorcía y emitía sonidos sordos... Sentía que estaba en la antesala del placer, en el preludio del éxtasis. Ella lo percibía y se excitaba poco a poco, aunque continuaba. Llegados a ese punto el sultán no pudo más y le dijo:
-Has satisfecho mi deseo: me has entregado paciencia y pericia en un solo acto. Ahora es justo que me pidas lo que quieras. Te lo concederé.
Fuera de aquella circunstacia la mayor inquietud de la joven siempre había sido la conquista de su libertad pero cegada por el instante, contestó:
-Mediré tu amor según la furia con la que me ames y la tensión de tus músculos al abrazarme-. Y comenzó un combate atroz y pasional del que aún se hacen eco los juglares.
Cuenta la leyenda que a la mañana siguiente se despertaron entrelazados y la joven le pidió al sultán que le concediera la libertad. El hombre, con pena en su corazón, accedió. Cuando su consejero personal se enteró, le preguntó por qué había concedido tal favor a una esclava que la noche anterior había canjeado su libertad por un deseo caprichoso. El rey sonrió enigmático y dijo:
-También Esaú vendió su primogenitura por un plato de lentejas -. Y citando al poeta maldito, añadió- El joven piensa como un dios; el viejo, como un miserable*".
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*Leopoldo María Panero