martes, febrero 22, 2005

Tradición oral

Como el resto de los mortales tengo perversiones oscuras, sólo que yo se las cuento en voz alta a mis amantes. Normalmente lo hago por tedio; porque no me estimulan sus caricias ni me excitan nuestros encuentros programados. Nunca cuento las mismas, ni del mismo modo. Susurrarlas al oído suele gustarles. Entonces noto como su respiración se acelera y se vuelven vulnerables... Esta mañana Battiato me ha dicho que me protegería de todas las enfermedades, que me salvaría de cada melancolía. Sólo un cantante italiano es capaz de decirle cosas así a una mujer. De hecho, estoy empenzando a pensar que sólo hay dos categorías de hombres: los italianos y el resto. Pero sé que no es cierto. Hay mamones dentro y fuera de los confines de "la bota", y tíos que te follan como si fueras una "puttana" aunque no sean italianos.
Pero yo hablaba de los relatos eróticos que cuento a mis fieles. Debo confesar que me gusta más materializar fantasías que reproducirlas oralmente, aunque cuando lo hago suelo inspirarme en el vecino Oriente. Entonces les cuento que un arquero precoz de pelo rizado apunta con su flecha dorada al coño encrespado de una africana. Ésta está sentada en el suelo, abierta de par en par y sedienta de amor. Los senos son turgentes y sus pezones morados rozan casi sus muslos. Ella no dice nada, aunque lo mira deseándolo. Después de florituras y adornos mi amante eyacula. Pocos saben que la estética recreada pertenece a Las mil y una noches, de Pasolini. Ojalá lo supieran y tuviéramos algo de qué hablar después del eros.