lunes, diciembre 29, 2008
jueves, noviembre 27, 2008
En el Charlatan de Gante
Se llama Ibrahim y tiene los ojos negros. Como su piel. Yo hoy me llamaré Duncan. Porque sí. Ibrahim es cool y delicado. En vez de presentarse me ha dado la mano y me ha llevado a bailar junto a él. Mmmh… Me gusta esta música y rindo tributo a mis antepasados negros. Les debo esta pelvis. Salvaje. Miro a Ibrahim. No sonríe. Parece un chico tímido. A veces es un punto a favor, pero no hoy. Me pregunta hasta cuándo me quedo. Le digo que me iré mañana. ¿Mañana?, repite. Chico, tenemos más tiempo que Cenicienta y su príncipe, pienso. Sin embargo, callo. No sabría cómo decirlo. Tengo que reconocerlo: me mola tomar negro. En el Charlatan de Gante.
martes, octubre 28, 2008
- - - - - - - - - Proteínas de malestar
Todo lleva carne es un título descaradamente carnal. Lo pido en la librería con un principio de pudor, en parte porque me presenta al librero como una caníbal hambrienta, en parte porque voy a hurgar en la intimidad de su autor, presencia cotidiana en mi último año. Obviamente, no seré objetiva.
Todo lleva carne (Caballo de Troya) está agotado en las dos primeras librerías que visito, pero no me rindo fácilmente. Lo encuentro en la Antonio Machado, sección novedades. Devoro el libro en medio día. Leerlo equivale a pisar vómito ajeno, pis ajeno, y resucitar su hedor, que siento parcialmente propio. Usando una imagen del autor, este libro huele a "barbacoa". No de jardín y vecinos, sino de inmolación, de metralla. No nace del eros sino del thanatos, de lo putrefacto.
Todo lleva carne es hijo de un salvaje individualismo. La voz de la primera del singular lo corrobora, como las reflexiones a las que invita: la imagen que proyecto hacia los demás, los yos que dejamos morir en beneficio de quien somos hoy, el triunfo (concepto que el autor vincula al deseo), el fracaso (olvido), la indiferencia, el espejismo de la felicidad que nos cocina el Estado del bienestar... Temas recurrentes en esta postmodernidad que el autor llama "intemperie".
Peio H. Riaño aborda la identidad desde la premisa de la impostura y su discurso sólo escapa del fatalismo en los momentos en que incorpora la voz ajena –cálida y comprometida– femenina. Su libro contiene frases dignas de grabar en las almohadas de toda la ciudad: “Todos los dolores llegan del mismo sitio. De hacerse mucho caso”.
Las reflexiones sobre la indisponibilidad del propio tiempo y la empresa condensan la violencia que el capitalismo/hedonismo inflige sobre los individuos que, en el marco de las democracias occidentales, nos presuponemos libres. Ahí es donde la prosa del autor alcanza las mayores cotas de lucidez. Pero no estamos ante un libro homogéneo. En la composición estratificada de Todo lleva carne aflora una prosa algo menos violenta, que se antoja poética no sólo por la forma sino por el mensaje de esperanza que representa. Hay luz al final del túnel y está en las personas amadas.
Todo lleva carne es un libro que contribuye a conocernos más y viene a demostrar que ese drama inmediato que vivimos individualmente
–el porqué de la existencia– es colectivo. Peio H. Riaño usa el yo para zafarse de él y revelarnos que en última instancia somos prescindibles: “Nadie es nada”. Por fortuna.
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Todo lleva carne, Peio H. Riaño. Caballo de Troya, 12,90 €
Todo lleva carne (Caballo de Troya) está agotado en las dos primeras librerías que visito, pero no me rindo fácilmente. Lo encuentro en la Antonio Machado, sección novedades. Devoro el libro en medio día. Leerlo equivale a pisar vómito ajeno, pis ajeno, y resucitar su hedor, que siento parcialmente propio. Usando una imagen del autor, este libro huele a "barbacoa". No de jardín y vecinos, sino de inmolación, de metralla. No nace del eros sino del thanatos, de lo putrefacto.
Todo lleva carne es hijo de un salvaje individualismo. La voz de la primera del singular lo corrobora, como las reflexiones a las que invita: la imagen que proyecto hacia los demás, los yos que dejamos morir en beneficio de quien somos hoy, el triunfo (concepto que el autor vincula al deseo), el fracaso (olvido), la indiferencia, el espejismo de la felicidad que nos cocina el Estado del bienestar... Temas recurrentes en esta postmodernidad que el autor llama "intemperie".
Peio H. Riaño aborda la identidad desde la premisa de la impostura y su discurso sólo escapa del fatalismo en los momentos en que incorpora la voz ajena –cálida y comprometida– femenina. Su libro contiene frases dignas de grabar en las almohadas de toda la ciudad: “Todos los dolores llegan del mismo sitio. De hacerse mucho caso”.
Las reflexiones sobre la indisponibilidad del propio tiempo y la empresa condensan la violencia que el capitalismo/hedonismo inflige sobre los individuos que, en el marco de las democracias occidentales, nos presuponemos libres. Ahí es donde la prosa del autor alcanza las mayores cotas de lucidez. Pero no estamos ante un libro homogéneo. En la composición estratificada de Todo lleva carne aflora una prosa algo menos violenta, que se antoja poética no sólo por la forma sino por el mensaje de esperanza que representa. Hay luz al final del túnel y está en las personas amadas.
Todo lleva carne es un libro que contribuye a conocernos más y viene a demostrar que ese drama inmediato que vivimos individualmente
–el porqué de la existencia– es colectivo. Peio H. Riaño usa el yo para zafarse de él y revelarnos que en última instancia somos prescindibles: “Nadie es nada”. Por fortuna.
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Todo lleva carne, Peio H. Riaño. Caballo de Troya, 12,90 €
lunes, octubre 13, 2008
- - - - - - - - - - - Lady Chatterley
Su atormentado cerebro de mujer moderna aún no había encontrado descanso. ¿Era real? Y comprendió que si se entregaba a ese hombre, era real. Pero si se guardaba para sí, no era nada. Se sentía vieja; como si tuviese millones de años. Y al final ya no era capaz de soportar el peso de sí misma. Sería de aquel que la tomara.
D. H. Lawrence, El amante de Lady Chatterley
viernes, octubre 10, 2008
Espia
Mi amigo Libero tiene un vecino frontal de esos que andan por casa en camiseta y calcetines, y que todos los viernes a una cierta hora repite el mismo gesto: se agarra la minga con una mano y con la otra maneja el mando a distancia. Se busca la escena que prefiere y empieza a cascarsela. Nunca baja la persiana del todo, lo justo para que nunca le haya visto la cara. Me gusta venir a casa de Libero; uno porque es un gran tipo, dos porque tiene un vecino de costumbres fijas y tres porque puedo tentar un orgasmo participado.
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Hand coloured print by Tyson Cosby
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Hand coloured print by Tyson Cosby
sábado, octubre 04, 2008
La gran evasion
Nana tiene los ojos como rosquillas: grandes y sabrosos. Yvette tiene dos churumbeles y el deseo de evadirse en los paises calidos. No puedo escribir con acentos porque lo hago desde un ordenador extranjero. Nana querria vivir sin palabras, quiza inmersa en los silencios de Miguelanxo Prado. Yvette y Nana hacen los Campos Eliseos con 'look' sesentero. Practican la evasion del cafe y el cigarrillo. De vez en cuando, entre polvo y polvo.
miércoles, septiembre 24, 2008
Chantelle Palace
La cita es en el Palace a las trece treinta. Complicidad en la sonrisa, los porteros ya me conocen. Nada que decir, todos sabemos a lo que estamos. Hace tiempo que dejé de anunciarme. Simplemente, ya no me hacía falta. Cotizo como autónoma en el subterfugio de una amiga, por lo que en invierno trato de abrigarme para no caer mala. Se me va un buen pastón en manicura y pestañas postizas pero lo amortizo con creces. Figúrate, ¡si acabo de meterme en mi segunda casa! Soy una que vivirá de las rentas, lo tengo asumido, porque paso del sueño romántico de que te retiren.
***
Al llegar al hall, entre la tienda de Loewe y los ascensores, mi móvil. Es Henri. A ellos les gusta que hable idiomas y discutamos de arte. Es el plus que me distingue; otras se agarran a la silicona y el botox. “Ahora no puedo. Luego te llamo” y cuelgo. La brevedad es una de las máximas en la comunicación con mis clientes. No necesito saber mucho de ellos, me gusta más imaginarlo.
***
Bajan una pareja de ancianos, ella con un Burberry de última temporada. Aquí hasta las bragas tienen que ser de oro. Bajan ellos, subo yo. Cuarta planta. La moqueta insonoriza mis tacones, también de última temporada. A diferencia de otras, yo no acepto regalos. Con las negativas creas adicción. Ellos no lo saben. Yo lo he comprobado.
***
Llamo a la puerta. Con este de ahora será la segunda vez que me veo. Le habló de mí un colega. Hasta en eso son unos críos, en compartir coños. Luego se lo cuentan de farra y tan contentos. Lo que ignoran es que esto es como el teatro, cada vez diferente. Pero eso sólo llegan a entenderlo los que nos dedicamos a ello como un arte. Un uno por ciento, por cierto.
***
Y sí, me recibe en albornoz. “Ahora vuelvo”, le beso la nariz y me refugio en el baño. Estas habitaciones no tienen pérdida. Sólo en el Hyatt de place Vendôme me sentí algo desorientada. Supongo que la ocasión lo mereció. Me desnudo frente al espejo. Aunque ellos no me pongan, yo me pongo conmigo misma. Soy así de simple, así de fácil. Para la ocasión, lencería Chantelle, que te transforma en pantera africana a base de fruncidos color burdeos. Salgo sobre mis tacones y mientras ando, me huelo bien. Esta es la parte que más tengo que trabajar, la concentración. Porque desde que me acaricio en el baño hasta que me ponga con sus bufidos temo perder la firmeza de los pezones.
***
“Esta vez yo soy el poli”, le digo. Y saco una pistola de plástico de la media izquierda. Se la paso por el pecho y le abro del todo el albornoz. La bestia, toda mía. Gracias a los cafés con otras chicas he logrado meterme la polla más allá de la garganta. Poco a poco, respetando los anillos de la faringe. Se lo hago, porque es mi segunda vez con él y prefiero ir sobre seguro. Las rarezas, que las saquen ellos. Si no, podría espantarlos.
***
Comienzan los suspiros ahogados y tardo poco en mojarme. No sé cómo pero acabo corriéndome tras saltarle encima y echarle el agua de la pistola en la cara. Perdonen que no lo cuente todo. Si no, me quedaría sin material para mis memorias de alto standing. En dos palabras: la jubilación.
***
Al llegar al hall, entre la tienda de Loewe y los ascensores, mi móvil. Es Henri. A ellos les gusta que hable idiomas y discutamos de arte. Es el plus que me distingue; otras se agarran a la silicona y el botox. “Ahora no puedo. Luego te llamo” y cuelgo. La brevedad es una de las máximas en la comunicación con mis clientes. No necesito saber mucho de ellos, me gusta más imaginarlo.
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Bajan una pareja de ancianos, ella con un Burberry de última temporada. Aquí hasta las bragas tienen que ser de oro. Bajan ellos, subo yo. Cuarta planta. La moqueta insonoriza mis tacones, también de última temporada. A diferencia de otras, yo no acepto regalos. Con las negativas creas adicción. Ellos no lo saben. Yo lo he comprobado.
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Llamo a la puerta. Con este de ahora será la segunda vez que me veo. Le habló de mí un colega. Hasta en eso son unos críos, en compartir coños. Luego se lo cuentan de farra y tan contentos. Lo que ignoran es que esto es como el teatro, cada vez diferente. Pero eso sólo llegan a entenderlo los que nos dedicamos a ello como un arte. Un uno por ciento, por cierto.
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Y sí, me recibe en albornoz. “Ahora vuelvo”, le beso la nariz y me refugio en el baño. Estas habitaciones no tienen pérdida. Sólo en el Hyatt de place Vendôme me sentí algo desorientada. Supongo que la ocasión lo mereció. Me desnudo frente al espejo. Aunque ellos no me pongan, yo me pongo conmigo misma. Soy así de simple, así de fácil. Para la ocasión, lencería Chantelle, que te transforma en pantera africana a base de fruncidos color burdeos. Salgo sobre mis tacones y mientras ando, me huelo bien. Esta es la parte que más tengo que trabajar, la concentración. Porque desde que me acaricio en el baño hasta que me ponga con sus bufidos temo perder la firmeza de los pezones.
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“Esta vez yo soy el poli”, le digo. Y saco una pistola de plástico de la media izquierda. Se la paso por el pecho y le abro del todo el albornoz. La bestia, toda mía. Gracias a los cafés con otras chicas he logrado meterme la polla más allá de la garganta. Poco a poco, respetando los anillos de la faringe. Se lo hago, porque es mi segunda vez con él y prefiero ir sobre seguro. Las rarezas, que las saquen ellos. Si no, podría espantarlos.
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Comienzan los suspiros ahogados y tardo poco en mojarme. No sé cómo pero acabo corriéndome tras saltarle encima y echarle el agua de la pistola en la cara. Perdonen que no lo cuente todo. Si no, me quedaría sin material para mis memorias de alto standing. En dos palabras: la jubilación.