I
Kikí paseaba distraída entre las casetas cuando la voz de un hombre le sonó cercana a ella.
-Perdona que te moleste, ¿hablas español? –le preguntó, cuidadoso. Ella asintió al tiempo que se sonreía [¿qué le habría hecho pensar que era extranjera?]. De acuerdo; a pesar de que el vestuario de Kikí era ordinario su manera de combinarlo quizá fuera un poco caótica… En cualquier caso el hombre siguió con su acose y derribo.
-¿Puedo invitarte a algo? – “Negativo”, pensó Kikí.
-¿Puedo acompañarte en tu paseo? –La insistencia y la precaución con las que formulaba cada pregunta eran de alabar, por lo que significaban en términos de dedicación potencial y deferencia. Llegados a este punto, Kikí podría haberse dejado tentar, podría haber dicho un sí condicional, podría haber compartido conversación y cañas con aquel desconocido. Pero llegados a ese punto Kikí declinó la invitación.
-Bien, perdona si te he molestado –Ella, dulce y como poniéndose en el incómodo lugar de él, negó con la cabeza para desembarazarlo de cualquier posible culpa o vergüenza.
-¡Ah! –recordó él- Y si tienes intención de comprar algún libro te aconsejo “El libro de los abrazos”, de Galeano. -Un momento. Quizá ese chico fuera más que un don juan. Pero no se atrevió más que a un tímido:
-Lo tendré en cuenta –prometió ella.
Durante su paseo miró todo tipo de portadas, observó los libros abiertos por otros, abrió ella también unos cuantos. Entre otras cosas se enteró de que había practicado parcialmente el trantra, ojeó un libro sobre teología homosexual, otro titulado Homo Art (en el que se aglutinaban detalles de cuadros de Caravaggio o Miguel Ángel e ilustraciones de Paul Avril) y se enteró de que el Modigliani editado por Taschen estaba agotado. “No en vano es el último día de feria”, pensó. También vio los carteles que anunciaban la firma de autores, a esa hora, invisibles. Y, por supuesto, preguntó por los abrazos, con el miedo de que el libro no existiese y sólo fuera una broma.
-Perdona que te moleste, ¿hablas español? –le preguntó, cuidadoso. Ella asintió al tiempo que se sonreía [¿qué le habría hecho pensar que era extranjera?]. De acuerdo; a pesar de que el vestuario de Kikí era ordinario su manera de combinarlo quizá fuera un poco caótica… En cualquier caso el hombre siguió con su acose y derribo.
-¿Puedo invitarte a algo? – “Negativo”, pensó Kikí.
-¿Puedo acompañarte en tu paseo? –La insistencia y la precaución con las que formulaba cada pregunta eran de alabar, por lo que significaban en términos de dedicación potencial y deferencia. Llegados a este punto, Kikí podría haberse dejado tentar, podría haber dicho un sí condicional, podría haber compartido conversación y cañas con aquel desconocido. Pero llegados a ese punto Kikí declinó la invitación.
-Bien, perdona si te he molestado –Ella, dulce y como poniéndose en el incómodo lugar de él, negó con la cabeza para desembarazarlo de cualquier posible culpa o vergüenza.
-¡Ah! –recordó él- Y si tienes intención de comprar algún libro te aconsejo “El libro de los abrazos”, de Galeano. -Un momento. Quizá ese chico fuera más que un don juan. Pero no se atrevió más que a un tímido:
-Lo tendré en cuenta –prometió ella.
Durante su paseo miró todo tipo de portadas, observó los libros abiertos por otros, abrió ella también unos cuantos. Entre otras cosas se enteró de que había practicado parcialmente el trantra, ojeó un libro sobre teología homosexual, otro titulado Homo Art (en el que se aglutinaban detalles de cuadros de Caravaggio o Miguel Ángel e ilustraciones de Paul Avril) y se enteró de que el Modigliani editado por Taschen estaba agotado. “No en vano es el último día de feria”, pensó. También vio los carteles que anunciaban la firma de autores, a esa hora, invisibles. Y, por supuesto, preguntó por los abrazos, con el miedo de que el libro no existiese y sólo fuera una broma.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home