jueves, marzo 17, 2005

Plenitud marina

Al igual que en la foto de Man Ray retour à la raison, mis pechos tampoco se tocan el uno al otro; lo cual es liberalizador si tenemos en cuenta que me encanta dejarlos a su aire, sin encorsetarlos en sostenes opresores. Mis tetas no sobrepesan la mesura de una mano abierta. Y eso, para los cánones de hoy, significa que son chicas. Sin embargo siento debilidad por ellas y, en buena parte, se lo debo a los hombres que las conocen. Entre ellos, los que más me han importado me han enseñado a amar mi cuerpo, a mimarlo e incluso a malcriarlo.
Mis padres también han tenido que ver con esta tendencia al destape estival. Desde pequeña me han paseado desnuda por las playas, toda guarra de sal y arena. De ahí que me encante tumbarme sobre los cálidos gránulos, meter la cabeza debajo de las olas, hacer castillos con la arena, darme aceite después de la ducha (la satisfacción de acariarme, de saber dónde está cada hueso, cada lunar, cada músculo) y bañarme desnuda. Sentir el agua que fluye en corrientes por todos los recovecos del cuerpo; ya sean senos, ingles o abdomen. Unas veces más templadas y otras más frías. Entonces me siento plena: bella y feliz. Lo juro. Y ¡no es un anucio!