viernes, junio 17, 2005

V

"...Ana Tegucigalpa Martí viajaba como cada jueves en el pullman de las 11:00 h. Por la manzana del Este tenía fama de adivina loca. Ya desde que su madre la pariera sin dolores veintiseis años atrás la propia matrona le había advertido que sería una niña extraña. Lanita, como le decían siempre, era una mujer callada de ojos grises y cuencas muy marcadas que provocaban el asombro de sus interlocutores. En la parada del General Trocone se subió un chico con camisa verde y brazos poderosos. Se sentó frente a ella y sacó un cuaderno con tapas de cuero. Lanita lo miró curiosa y él la correspondió. Pero no de un modo convencional. El chico intercalaba intensas miradas hacia ella con gestos esforzados en su pliego de hojas blancas. Ella comprendió rápidamente que pretendía dibujarla y apretó sus pies uno contra el otro, muy incómoda. El chico la miraba tanto y tan fijamente que Lanita tuvo la sensación de que de pronto ya no tenía camisa. Él se la había arrancado de un manotazo. Se sentía ahogada, casi sin aire para respirar. El joven continuó con sus retazos y su descaro de voyeur. Lanita se sintió arrancar los tirantes del sostén. Sus pechos pendolaban como cerezas púrpura al vaivén del trayecto. Ella cruzó sus brazos como para taparse las vergüenzas. Después vió cómo el chico le tiraba de la falda. Ella se la agarró para evitarlo pero la fuerza del joven era tal que al final nada más que se quedó con un pedazo colgando de su mano. Lanita se sintió tocada por primera vez. Abusada. Violentada. Sintió su pene como un punzón que se le clavaba dentro. Una vez y otra y otra. Sintió sus manos como exprimidores de toda su carne. Y por fin comprobó el abrasador riego del semen viscoso. Lanita lloraba ante la atónita mirada de todos. En un gesto enfurecido se desató a patadas con aquel hombre odioso que ni siquiera había tenido la delicadeza de preguntarle si le importunaba que le robase el alma en un retrato. Las mujeres mayores intentaron contenerla:
-¡Ay m'hijita pero qué hase uhté! -Lanita gritaba y daba manotazos. Con aires de loca, pidió al conductor que parara ya mismo. El pullman no había atravesado todavía la vaguada y Lanita se exponía a caminar kilómetros hasta llegar a la iglesia. Pero ya le daba igual. Ya no iría a confesarse con el padre Pemán. Se sentía tan despojada como un perro..."

6 Comments:

Blogger YOKO said...

Sí, los ladrones de almas son los peores, sean del sexo que sean

1:55 p. m.  
Blogger Lino Solís de Ovando G. said...

Pero Lanita sentía cositas. Tampoco es la víctima, ¿verdad? besos

7:24 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Lo siento, pero esto ya lo había leído yo. Y no fue aquí...

5:11 p. m.  
Blogger kikidemontparnasse said...

Pues no lo sientas tanto y dinos dónde!

1:34 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Si me acordara ya lo habría dicho no te fastidia. Sé que leí algo muy parecido en un relato suramericano pero, ojo, con eso no quiero decir nada malo porque estoy convencido de que se te ocurrió a tí solita. Lo que sucede es que es una fantasía bastante recurrida en los relatos. Además, no me acuerdo muy bien, pero de una cosa estoy seguro: el tuyo está mucho mejor escrito...

1:41 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

¡¡¡Cobarde!!!

11:12 a. m.  

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