Peroni e taralli
La excusa era un día de mar cualquiera. Me llevó en su Fiat mientras escuchábamos la Kiss Kiss Napoli. La playa estaba cerca de Sorrento y era de arena negruzca. A pesar de que el cielo estaba encapotado, el bochorno no dejaba casi respirar y el vestido se me adhería al cuerpo como si se tratara de una malla hermética. A nada que te movieras ya estabas sudando. Quizá por eso los mechones más próximos a la cara se me retorcían en caracoles. Decidí liberarme de la parte superior del bikini y lo deposité en la parte de atrás del coche. Mi acompañante me miró el escote. El vestido dibujaba la tensión de mis senos a causa del calor y, sin duda, debió de reparar en ello. Él sacó su cuaderno y comenzó a dibujar el horizonte, así que yo me encaminé hacia la orilla para probar el agua. Estaba buscando conchas cuando empezaron los primeros relámpagos. En un minuto se desató una tormenta fatal. Recogimos todos los bártulos rápidamente, aunque eso no impidió que llegáramos calados al coche. Una vez dentro ambos reparamos en que nuestra respiración era sugerentemente agitada. Fuera no dejaba de llover. Dulcemente, me pasó la mano por la cara hasta retirarme un mechón de pelo. Le dije que tenía hambre. Asintió con la mirada y extendió la mano hasta alcanzar la bolsa de papel que contenía "i taralli". Al igual que la cerveza, los habíamos comprado en el paseo marítimo. Era la primera vez que los probaba. Tenían un sabor entre salado y picante. Él me observaba comer y sonreía. Después de engullir casi todos, le pedí una Peroni que me bebí casi de un trago.
-Cosa facciamo? -Pregunté satisfecha. No hubo respuesta; se limitó a arrodillarse y a tantear el clítoris para lamérmelo. Pronto noté que me gustaba, así que me abandoné al placer olvidando todo lo demás. El vaho aumentaba la opacidad de los espejos y yo, despreocupada, dejé caer los párpados y me rendí a la pericia de mi amante.
-Cosa facciamo? -Pregunté satisfecha. No hubo respuesta; se limitó a arrodillarse y a tantear el clítoris para lamérmelo. Pronto noté que me gustaba, así que me abandoné al placer olvidando todo lo demás. El vaho aumentaba la opacidad de los espejos y yo, despreocupada, dejé caer los párpados y me rendí a la pericia de mi amante.
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