-Mi defensa se basa en que los sueños no los controlo ni los elijo, sino que me vienen impuestos del
sub... inconsciente, doctor.
-No estoy aquí para juzgarla. Continúe, por favor.
-¿Se acuerda de la escena de
Tarzán en la que
Weissmuller gana una gran roca? Pues del mismo modo su cuerpo se abalanza sobre el mío. Yo estoy debajo y me siento completamente abarcada por sus dimensiones. Mi cuerpo no ofrece resistencia alguna. Es más, lo incito con la mirada a que continúe explorándome. Oiga, no me mire de ese modo, ¿no creerá que soñar algo así con alguien que no es tu pareja es
serla infiel, verdad?
-Poco importa lo que yo crea, aunque le aconsejaría que no se lo contase a su novio.
-La verdad es que no somos novios sino marido y mujer. De conciencia, más que de hecho, porque cada uno vive en una península del mundo...
-Perdone, señorita
Demont. ¿Sería usted tan amable de reconducir su sueño?
-Bueno, básicamente ya le he contado todo. Tras nueve horas de trabajo se me han ido las impresiones de la cabeza, pero le puedo asegurar que me he levantado como nueva. Quizá lo más
preocupante es que he conservado una sed constante de lujuria durante todo el día.
-¿
Ah sí?... y ¿a qué lo atribuye?
-Ni idea. El hombre de mi sueño me dejó plenamente satisfecha y con un aura de sensualidad plena, diría yo. Sin duda me encantó. Y quiero repetir... Usted no tendrá algo para
rebovinar mis fantasías, ¿verdad?