viernes, marzo 31, 2006

Postepílogo

Subió las escaleras de tres en tres, estirando al máximo tendones y músculos en una carrera neurótica. Estaba convencida de que en el cuarto de su hermana encontraría algo que la podría ayudar… el antídoto que la sacaría del coma. Los médicos no eran optimistas pero ella se resistía a pensar que Kikí no se recuperaría. Abrió el cajón con rabia, como dando un bofetón a todos los incrédulos. La melena desordenada le caía hasta introducirse entre la camisa del pijama y sus tetas hinchadas de furia. Se la apartó de un manotazo y, sin moverse, de un vistazo pasó revista al contenido del cajón. Cartas, cuadernos, posits, folios llenos de apuntes y borratajos… Los sacó y se puso a ojearlos con detenimiento. Estaba segura de que el antídoto estaba allí, manuscrito por su propia hermana, ahora convaleciente. Tras hora y media de lectura atenta una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro.
– "Las cuatro cosas que necesitaría para salir de un posible coma:"– leyó en voz alta–. "1. El tacto de mi bufanda granate; 2. El olor del chocolate 100% puro; 3. Cualquier canción de bunburón; 4. El sol en el abdomen mientras me hago (me hacen) ochos en torno al ombligo".
Eufórica, se llevó el cuaderno consigo, preparó una bolsa y salió pitando para el hospital.

domingo, marzo 26, 2006

Antiepílogo

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El primer impacto lo recibió en la mandíbula pero no sirvió para amedrentarla.
-¿Qué cojones quieres? –Gritó a la última figura del séquito. Un segundo puño cerrado voló hasta incrustarse en la boca del estómago. Kikí se plegó en dos maldiciendo a aquella apestosa tribu de sicarios. El tercer impacto lo recibió en la parte lateral de la rodilla izquierda. Entonces cayó al suelo y la anfitriona de la paliza aprovechó su gesto de sumisión para comenzar su disertación:
-Eres una grandísima hija de puta, ¿lo sabías? Tan segura de ti misma que en vez de pasar por un lugar lo arrollas… Aunque no vivas para contarlo tendrás que saber el porqué de tu muerte, ¿no crees? Bien, pues considera que mueres aquí y ahora porque a mí me sale de los ovarios. En resumen, para hacerte comprender que la magnánima Kikí no puede decidir siempre por sí misma y que esta vez la pequeña Oyito decide por ti.
-¡Cerda de mierda!-, le gritó desde lo más hondo de sus vísceras. Lo que más la jodía era imaginar que su muerte sería archivada en la comisaría de turno en la sección de crímenes pasionales. Entonces empezaron a llover las patadas indiscriminadas: imposible contabilizar los golpes y discernir dónde. El dolor se diluía y empezaba a sumirse en una esfera húmeda y roja de la que sólo discernía los alientos fatigados de sus verdugos. Transitaba la delgada línea que separa la lucha de la rendición pero justo en ese momento, segundos antes de entregarse a la inconsciencia, decidió no morir.

sábado, marzo 25, 2006

Epílogo

El primer impacto lo recibió en el pecho: las placas del electroshock estaban frías pero no lo notó. Su cuerpo se sacudió como si quisiera alzarse del asfalto y saltar de una zancada hasta el cielo. Si le hubieran dado la posibilidad se hubiera reencarnado en una atleta negra, de uñas pintadas y músculos de pantera. Pero nadie aparecía al final del túnel: ni dios, ni diablo. El médico volvió a posar las placas sobre su piel. El segundo impacto le hizo entreabrir la boca pero esta vez su cuello no recibió el aliento de ningún amante. A pesar de que su cerebro no era capaz de procesar ninguna sensación, su cuerpo sentía una sed atroz. Le habría pedido una garrafa de agua al primero que hubiera pasado al otro lado del túnel, sobre todo de haberse tratado de uno de los jesuses de Caravaggio. El enfermero le cogió bruscamente la muñeca pero tampoco lo notó. Toda una unidad de emergencias trabajaba sobre ella para lograr que lo notara.