jueves, marzo 31, 2005

Cultura y represión

Recupero [fragmentariamente] mis apuntes de Tradición Clásica para evocar algunas reflexiones sobre el eros.
Comenzaré por hacer referencia a los patrones represivos en los que se desenvuelve la concepción actual del amor, muy diversos de los vigentes durante el Renacimiento. Baste recordar la recuperación de amores ideales no reproductivos que se lleva a cabo en el arte en dicho periodo, un erotismo no matrimonial que raya actualmente en lo incorrecto; como la obsesión de Petrarca por una tierna Laura de trece años. Igualmente se resucita cierto erotismo intelectual. Precisamente las metarmofosis de los dioses en animales, evocadas en la poesía renacentista, son símbolo de la eroticidad, del deseo sexual y de la transgresión (recordemos los escarceos extramatrimoniales de Zeus).
Pero me interesa mucho más la concepción del amor masculino. A diferencia de lo que suecede hoy, en Grecia los ritos de iniciación del hombre no implicaban la negación de la masculinidad (tópico vigente y evidente en la actualidad) ni la alienación local (como pasa con los barrios o los bares de homosexuales). De lo que se deduce que el movimiento gay nacido en EE.UU. tiene muy poco que ver con el amor griego...
Otro rasgo interesante es el lado dionisíaco de la cultura greco-latina, como la embriaguez, lo vinculado a lo oscuro, lo excesivo y lo orgiástico (traído a la modernidad ¿o a la postmodernidad? por el "Satyricon" de Fellini). Decía mi maestro que los cultos mistéricos y nocturnos equivalen hoy a la cultura rock: sexo, drogas y alcohol. Enlazando con la noción de cultura, sólo me resta auguraros un intenso placer intelectual ;-)

miércoles, marzo 30, 2005

El oráculo

Según cuentan las tablas encontradas cerca del río que atraviesa el Lazio, el retorno de las naves atenienses se produjo en el siglo III a.C. En una de ellas viajaba un guerrero de piel tostada y ojos marinos, cuyo deseo más ansiado era reencontrarse con su amado. Según el amor socrático el rito de iniciación de un joven en la sociedad griega se acompañaba de su adoctrinamiento en disciplinas como la filosofía, la retórica o el eros. Normalmente estas enseñanzas venían promulgadas por un hombre maduro, docto y de holgada posición. Antes de ser guerrero, el navegante tostado había sido un joven receptivo a las lecciones de su maestro, quien era un hombre reputado de la polis, de familia insigne y numerosa prole. En aquellos tiempos la estimulación del intelecto venía acompañada de la iniciación del joven en el "ars amatoria". Sin embargo, a su vuelta, el guerrero cayó en el desánimo al comprobar que su maestro tenía otros discípulos púberes. Veía cómo la inquietud que lo había mantenido vivo en el combate languidecía ahora ante la indiferencia de su antiguo amante. El guerrero se calzó sandalias de esparto y se dirigió convencido al oráculo de Delfos. La sibila se manifestó y dijo:
- Multa ceciderunt ut altius surgerent* -El guerrero sonrió esperanzado.
Al menos así figura en las tablas latinas.
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*Séneca, Epístolas

martes, marzo 29, 2005

Seis letras

-"Allegra, felice". 6 lettere -dijo Kiki mientras jugaba con el boli. Enrica se volvió extrañada.
-Non so -respondió. Y volvió a tumbarse en la toalla. Kiki miró al horizonte. Unos chicos jugaban al balón en la orilla. El más moreno tenía un torso publicitario y se acordó de la Teoría de la imagen que días atrás le había explicado el hermano de Enrica: los icónicos y los no icónicos y su relación con la realidad. Por cierto, el hermano en cuestión no estaba mal, sobre todo cuando abría la boca para hablar sobre temas que la seducían... A pesar de que aún no había sucedido nada, a Kiki le atraía misteriosamente. Habían estado intercambiando experiencias sexuales y Kiki le presuponía una potencialidad salvaje en la cama. A Kiki le gustaba observar a las personas e imaginarse cómo se desenvolverían follando. Era algo sugestivo y normalmente efímero, porque al final Kiki acababa por desnudar a sus presas en un combate que sepultaba mitos y disipaba incógnitas malévolas. Por ejemplo, el chico moreno de la playa le inspiraba un polvo flojo y muy poca habilidad besando. De esos que babean, lengua fláccida y manos torpes. ¿O quizá no?
Enrica se incorporó y cruzó las piernas sobre la toalla. Uno de los chicos que jugaban cayó de espaldas. Ella soltó una carcajada sonora. Sin poder articular palabra se giró hacia Kiki señalando al chaval. No paraba de reír.
- "Ilaria" -exclamó Kiki. Empuñó el boli y completó el crucigrama.

sábado, marzo 26, 2005

Sentido posesivo

A Kiki le parece saludable eso de compartir pareja, porque es una manera de destruir su dimensión social y violar los convencionalismos en los que se asienta. Pero al margen de aburridos argumentos más o menos intelectuales, Kiki disfruta con el sexo en grupo. Sin embargo, la vez que organizaron una cena en casa de Marie nada salió como esperaban.
Kiki llegó acompañada por su amante más regular en aquella época; un artista que la inmortalizaba en dibujos sucios hechos con carboncillo y le hacía el amor entre trazo y trazo. Un poco más tarde llegó otro chico, amigo de Marie. Cenaron y, sobre todo, bebieron. El desconocido había traído varias botellas de Chianti porque, según dijo, trabajaba en un restaurante italiano. Después empezaron a fumar. Fue entonces cuando la anfitriona encendió las velas, el incienso y apagó las luces. Acto seguido tapó los ojos a los chicos colocándoles sendos fulares a modo de vendas. La luz nocturna se filtraba por la ventana. Eso sugestionó a Kiki para que comenzara a escrutar el torso del desconocido. Entre susurros se desnudaron medio borrachos. Ellas les dieron a probar sus pechos, se la comieron y, por fin, les cabalgaron con furia. Los prolegómenos suelen ser más fáciles que el epílogo. Y así, después de abandonar la casa de Marie; Kiki, su amante y el tercero caminaron silenciosos hasta el número 279 de la calle Vaugirard. El metro ya no pasaba y el desconocido les pidió "asilo". Después de entrar en el apartamento el chico de Kiki la agarró del brazo y la llevó contra sí:
-No me ha gustado nada-, la susurró enfurecido. Ella lo miró fijamente a los ojos con el ceño fruncido. Se encerró en el baño y se cambió. Para cuando salió los chicos ya se habían acomodado. El extraño, tapado con una manta en el sofá y su amante, en el futón. Kiki introdujo las piernas debajo de las sábanas. Retiró el almohadón cuadrado de su lado y se tumbó bocabajo sin mirarlo a la cara. Luego apagó la luz. El artista se volvió contra ella. Kiki sentía la presión de su polla en el muslo.
-Ahora te vas a enterar-. Le dijo. Ella, aunque con actitud aparentemente indiferente, quería "enterarse". Más aún si era en presencia del otro. Pero no le iba a ser fácil porque ella se le escurría como pez esquivo. Él tuvo que emplear toda su fuerza para inmovilizarla. Después Kiki lo abrazó dócil. Enternecida por su instintivo ataque de celos, lo estrechó contra ella. Kiki no es que sea pervertida. Es que recela del senso del posseso por cuanto tiene de morboso y enfermizo.

jueves, marzo 24, 2005

Kiki al desnudo

Kiki entra en el café un poco aturdida. Me saluda cortésmente; me tiende la mano y esboza una sonrisa. Me pregunta si llevo mucho tiempo esperando y acto seguido se disculpa por el retraso sin ni siquiera escuchar mi respuesta. La invito a tomar asiento. Se queda un momento pensativa y me señala una mesa cerca del ventanal. “Me gusta observar a la gente”, comenta despreocupada. Se acomoda y pide un café noisette. Saca del bolso una pitillera y me pregunta si fumo. Pide fuego a uno de los chicos, se lleva el cigarro a la boca y aspira. Con gesto tranquilo gira la cabeza y expulsa el humo. Los guantes no se los quita. La boquilla del cigarro queda marcada de granate ciruela. Me pregunto si también llevará pintadas las uñas. “Si no le importa, empezamos”, me dice convencida. Tras sacar mi bloc de notas y poner en marcha la grabadora, comienzo con la entrevista.
-En general sus textos se caracterizan por un clima íntimo muy marcado. ¿Dónde termina la realidad y empieza la ficción?
-Todo lo que escribo nace de sensaciones o experiencias que he vivido y que conozco bien. Por ello mismo me siento cómoda hablando de ellas. Luego, es cierto que la tarea de crear una determinada atmósfera requiere pequeñas invenciones. Pero la esencia de mis relatos se basa en experiencias o percepciones propias.
-Algunos de los capítulos de Kiki de Montparnasse recuerdan formalmente a la literatura de autores consagrados, como el Italo Calvino de Se una notte d’inverno un viaggiatore, Tabucchi y su Sostiene Pereira e incluso Borges. ¿Qué aporta a su blog tanta heterogeneidad?
-Ante todo estoy experimentando. Por otra parte, pretendo establecer un juego con el lector, quizá desconcertarlo. Lo previsible me aburre, por eso quiero que sea algo dinámico: un día le hablo al lector de tú y me anticipo a lo que le rodea (principal influencia de Calvino) y otro, lo enfoco desde la tercera persona del singular e introduzco la célebre coletilla de Tabucchi o hablo de libros y ciudades que no existen pero que brindan un soporte de tradición al relato (ahí es donde entra Borges). Luego, me gusta despistar cambiando el punto de vista y escribo desde la primera del singular. De todos modos no quiero abusar de estos recursos. Por ello les he dedicado un texto a cada uno y no más.
-¿Cuál cree que es el mejor condimento para contar una historia?
-En mi caso la pasión, la implicación. Para hacer algo bien, me tiene que gustar. Es como en el teatro. El actor sólo trasmite al público cuando disfruta interpretando. Cuando quiero hacer algo lo hago con pasión. De otra manera prefiero quedarme cruzada de brazos, porque sé que hacerlo de mala gana equivale a un resultado mediocre.
-¿No teme que se le agote la temática central de su blog, que de repente le falte la inspiración?
-No, porque cada día me nutro de experiencias nuevas. Si eres sensible al medio que te rodea puedes hablar de cientos de cosas sublimes y, por tanto, susceptibles de estar en mi blog.
-Pero su blog es, según su propia definición, un diario erótico postmoderno. ¿Qué tiene que ver lo sublime con el eros?
-Para mí, mucho. Lo sublime puede darse fuera del eros, pero no al revés. De todos modos yo no tengo respuesta para todo. Eso pregúnteselo a los críticos de arte.
-Como lector tengo la sensación de que algunos capítulos son un canto a la mujer.
-En efecto; comprendo que a los misóginos no les guste Kiki porque es muy sensible a lo femenino, pero tampoco desatiende la figura del hombre.
-Sí, pero al ser Kiki una mujer, la relación hombre-hombre sí queda excluida...
-Es cierto, y esa es una carencia que estoy ansiosa por corregir. De hecho, me rondan por la cabeza varias formas de explorar el tema del amor socrático. Pero como comprenderá, no voy a anticipar ninguna.
-Desvéleme alguna exclusiva, ¿tiene alguna actriz que le apasione y que aún no haya citado en su blog?
-Me encanta Harriet Andersson en el primer Bergman por su frescura y vitalidad. Te dan ganas de correr tras ella y sonreír. O besarla. ¿Por qué no?

miércoles, marzo 23, 2005

Manifiesto

Me erotiza que dos hombres:
... se saluden besándose en la mejilla
... que se abracen
... que suden como cerdos

Me erotiza que alguien que deseo:
... me acaricie en un cierto modo
... me muerda el labio inferior
... me hable en una lengua que no entiendo

Me erotizan:
... ciertas conversaciones telefónicas
... los huesos que demarcan las caderas de las modelos
... los pezones marrones

Me erotiza:
... la axila del guerrero
... el vello que va del ombligo al sexo
... la polla del que amo
... la palabra inteligente
... el acento de Calamaro

martes, marzo 22, 2005

You know?

Hoy quiero rememorar esos días lejanos en los que tenía clases interesantes a las cuatro de la tarde (hora intempestiva donde las haya, sobre todo para una chica tan sibarita como yo). En efecto, siempre que los compromisos me lo permiten suelo echarme la siesta. Pero entonces, ya digo, era llegar, comer y volver a irme. Bueno, no exactamente... Resulta que conviviendo al lado de un hombre eso resultaba un poco ilusorio, más que nada porque me agarraba por la cintura y conducía mi mano hasta su paquete casi en erupción. Y claro... una, que no es de piedra, se dejaba hacer y hacía. Que si camiseta por un lado y pantalones por otro; al final la habitación parecía una leonera y ni siquiera tenía tiempo para ronronear mimosa después del amor. Él, que era sobre todo mi amigo, me acompañaba a la facultad aunque luego se quedase deambulando por el campus y conociendo a otras pibas.
Yo entraba en clase, con la cabeza gacha, y me sentaba en las filas del final. Mejor sola que acompañada. Sentía la boca pastosa y el aroma dulzón que deja el semen. Cuando me acercaba el boli a la boca olía sin querer mis dedos y eso me hacía recordar lo que mi chico me había hecho gozar. En ocasiones, ocurría que mis pensamientos pecaminosos venían interrumpidos por alguna pregunta inclemente de la profesora. Casi siempre hacía el ridículo, dejando patente que aunque estuviera físicamente en clase, mi mente estaba en otra cosa. Sin embargo, cuando las cabezas de mis compañeros dejaban de posar sus miradas inquisitorias sobre mí y se giraban hacia el encerado yo me sentía contenta. Y no porque estuviera orgullosa de saberme un ser asocial, sino porque sabía que él estaría fuera cuando la clase terminara, y que correríamos como locos por las calles, y que me estrecharía nada más verme. ¿Sabes a lo que me refiero?

domingo, marzo 20, 2005

La androide

A veces Kiki tiene poderes. Como es un poco fantasiosa cree que si piensa profundamente en una cosa, podría acontecer. Eso es lo que pensó aquel domingo de invierno frente a la ventana de Loiret:
-¡Asómate! -. Pensaba para sus adentros. Después de un rato, alguien se perfiló tras las cortinas de la ventana. Kiki, en su mente, pensó que se trataría sin dudas de Loiret y siguió su camino satisfecha de sí misma. Algo parecido le ocurría con sus amantes. Acurrucada de costado en la cama cerraba los ojos muy fuerte y pensaba:
-¡Vamos, acaríciame! -. Si no surtía efecto, apretaba aún más los párpados y repetía el conjuro de nuevo. A Kiki no le importaba que sus amantes no fueran receptivos. De hecho, si sus deseos tácitos no encontraban respuesta, ella misma se acariciaba para suplir la carencia. Porque Kiki pensaba que ninguna carencia era buena y que su madre no había parido un pedazo de carne como ella para que sufriera o pasara hambre. Por eso trataba siempre de satisfacerse. Y para ello, se daba caprichos con los que disfrutaba un mundo, como los croissants pur beurre de la Señora Odette, los zapatos colorados que le prestaba su amiga Mimi, las canciones de la Piaf... Pero las veces que sus llamadas sugestivas encontraban respuesta, Kiki sonreía divertida y se volvía contra su amante para besarlo. Luego lo miraba fijamente porque la gustaba pensar que él sabría leer sus ojos. Además cuando más a gusto estaba con alguien era cuando no le hacían falta palabras para entenderse.
Sin embargo, había días oscuros en los que sentía rabia si no funcionaba su comunicación mística. Días en los que se enfurecía, recogía sus cosas y se marchaba dando un portazo ante las súplicas de sus compañeros. Bajaba las escaleras refunfuñando, colocándose los zapatos y la boina al salir a la calle. Si alguien tenía la mala suerte de chocársele en el camino ella lo gritaba sin contemplaciones, como una gata rabiosa. Caminaba por las calles haciendo resonar sus tacones, moviendo sus caderas con decisión. En esas ocasiones se sentía sombría y pensaba en un pasado mejor. En los afectos seguros y protectores de alguna historia caduca. En algún amante que había sido más que eso y que salió de su vida una vez. Entonces unas lágrimas cálidas le brotaban por las mejillas mientras el rostro se le contría en una mueca de payaso triste. La pintura se le corría pero a ella no le importaba que la viesen llorar. De hecho, en esos momentos estaba tan ensimismada en el recuerdo que no acertaba a reparar en los rostros que encontraba. Es como si viajara congelada a lo inamovible; como la androide de 2046.

sábado, marzo 19, 2005

Si estuvieras

Si estuvieras entre mis brazos ahora te apartaría la ropa para acariciarte la piel. Ni siquiera tendrías que moverte: tal y como estás sentado frente a la pantalla me vale. Vendría por detrás e introduciría mis dedos entre el cuello de tu camisa y tu nuca. Quizá te desabrochase los primeros botones. O quizá no. Situaría mis manos firmes sobre la clavícula y las deslizaría luego hasta abordar la anchura de tus hombros. Volvería al mismo punto para bajarlas esta vez por tu torso de guerrero. ¿Así vamos bien?
Supongo que llegado ese momento te pediría que abandonases tu quehacer interactivo para amarte mejor. Y desnudo bocabajo sobre una superficie confortable te besaría varias veces el culo. Entonces lamería la línea que va desde los huevos hasta el ano. Una. Dos. Tres veces. Ya oigo tu respiración entrecortada y eso me excita. Te estimulo el ano con mi saliva y lo acaricio como si se tratase de mi clítoris; con mucho mimo. La curva de tu columna se acentúa a la altura de la cintura mientras suspiras azorado. Aprovecho para tomar tu polla: erguida, dura y hambienta. Siguiendo la ruta de tu piel te comería los huevos y después jugaría delicadamente con el capullo. Sabes que las potentes venas que enarbolan tu pene me gustan. Es como si anunciasen tu salvaje naturaleza. Decía si estuvieras entre mis brazos ahora. Y no era poesía.

jueves, marzo 17, 2005

Plenitud marina

Al igual que en la foto de Man Ray retour à la raison, mis pechos tampoco se tocan el uno al otro; lo cual es liberalizador si tenemos en cuenta que me encanta dejarlos a su aire, sin encorsetarlos en sostenes opresores. Mis tetas no sobrepesan la mesura de una mano abierta. Y eso, para los cánones de hoy, significa que son chicas. Sin embargo siento debilidad por ellas y, en buena parte, se lo debo a los hombres que las conocen. Entre ellos, los que más me han importado me han enseñado a amar mi cuerpo, a mimarlo e incluso a malcriarlo.
Mis padres también han tenido que ver con esta tendencia al destape estival. Desde pequeña me han paseado desnuda por las playas, toda guarra de sal y arena. De ahí que me encante tumbarme sobre los cálidos gránulos, meter la cabeza debajo de las olas, hacer castillos con la arena, darme aceite después de la ducha (la satisfacción de acariarme, de saber dónde está cada hueso, cada lunar, cada músculo) y bañarme desnuda. Sentir el agua que fluye en corrientes por todos los recovecos del cuerpo; ya sean senos, ingles o abdomen. Unas veces más templadas y otras más frías. Entonces me siento plena: bella y feliz. Lo juro. Y ¡no es un anucio!

miércoles, marzo 16, 2005

No cualquiera

A falta de pan buenas son tortas, así que hoy hablaré de mi primer coño rasurado. La iniciativa no salió de mí sino del que por entonces era mi amante exclusivo. Quiero decir con esto que únicamente me entregaba a él. Es decir, que vivía en perfecta monogamia. Esto es importante en el sentido de que pelar el coño no es ninguna tontería sino una concesión que requiere un alto grado de confianza entre el afeitado y el afeitador. Como se comprenderá por razones obvias no se puede dejar en manos de cualquiera.
- Ambos desnudos-, fue mi condición. Empezó por extenderme la espuma. Lo recuerdo bello frente a mí con la cabeza gacha, empeñado en la causa. El contacto con el frío metal me perturbaba, a veces incluso sentía cosquillas. Él sonreía y me mantenía calmada. De vez en cuando mojaba la cuchilla en una palangana con agua y volvía a la carga. Estuvimos hablando. Yo, tumbada en la cama aunque con medio cuerpo fuera, alternaba entre mirar al techo y mirarlo a él. Finalmente terminó. Me había rebajado el vello púbico a una línea vertical y solitaria. Abrazé su cabeza dorada inclinándola hacia la mía. Lo besé y me acaricié la vagina. Entonces comprobé que su tacto era como la cabeza rapada del hacedor. Je répète: pas n'importe qui!

martes, marzo 15, 2005

La pesadilla

Sostiene Kiki que ella no solía hablar con el hombre de los dedos a lo señor Burns, a pesar de que reconoce que éste pertenecía a su entorno profesional. Cuando lo veía entrar en la brasserie le pedía a su compañera que lo atendiera ella. En efecto, aquel extraño hombre le repugnaba y había decidido secretamente no tratarlo más de lo necesario. Pero él siempre encontraba la manera de abordarla: cuando escribía el menú en la pizarra de la entrada, cuando limpiaba las botellas de la vitrina, cuando preparaba las mesas, cuando salía del aseo... Sostiene Kiki que era un agobio constante, así que empezó a tramar su particular vendetta. Pensó en envenenar las omelettes a las finas hierbas que el hombre pedía día sí, día también. Pero lo descartó enseguida porque lo consideró peligroso. Después se le ocurrió invitarlo a beber hasta que muriera retorciéndeose como una sanguijuela. Ella le propuso el primer trago nada más entrar por la puerta. El hombre aceptó de buen grado, aunque para desgracia de nuestra musa no hacía más que pedir mariconadas: panachés, kir cassis y cosas por el estilo que abrazaba con sus dedos inmundos. Sostiene Kiki que su paciencia tuvo un límite y empezó a servirle puro tequila a palo seco, ni sal, ni limón, ni ostias. Al fin dieron las cuatro. La jornada laboral de Kiki había terminado así que entró en un cuartucho inmundo, se revistió de ella misma y se marchó del bar. Pero el hombre de los dedos a lo señor Burns le puso su mano derecha sobre el hombro y se dispuso a acompañarla. Sostiene Kiki que hizo un esfuerzo por no pegarle un tortazo en aquel mismo momento y entonces fue cuando lo pensó por primera vez. Según su versión de los hechos, lo invitó a subir a su estudio de Montmartre, en la calle Berthe. Ella subió los seis pisos de escaleras levantándose la falda, dejando al descubierto el culo embutido por unas medias de color púrpura. El hombre iba zarandeándose de un lado a otro de la escalera mientras la miraba como un obseso. Una vez que llegaron al apartamento de Kiki, ésta lo sentó en su futón y empezó a restregarse contra él. Lo hizo de manera sucia y despreocupada, como jamás lo hubiera hecho con un hombre que deseara de veras. Se agachó y le comió la polla a trompicones. Le mordió varias veces el capullo. Kiki quería herirlo. Quería destrozar a ese asqueroso ser. Pero no le concedería el placer de que se la metiese. Antes de eso cojió un pasador de hoja ondulada y se lo clavó siete veces en la cabeza. Sostiene Kiki que sueña este episodio reiteradamente desde hace poco más de cuatro meses.

lunes, marzo 14, 2005

Oda al fragmento

DÉFENSE D'ENTRER!

TODAY KIKI IS NOT AVAILABLE

LA RINGRAZIAMO PER LA SUA VISITA

DISCULPEN LAS MOLESTIAS...

jueves, marzo 10, 2005

Excursión

Mientras estaba esperando el bus esta mañana ha irradiado un sol de invierno cegador y de repente me ha acordado de aquel día en las lagunas de Villafáfila. Las visité con un chaval al que conocí en una exposición de fotografía. Fuimos en el Renault 5 de mi madre, aunque nos turnamos al volante. Siguiendo el ritual de mis excursiones planificadas yo llevaba preparado un café que había hecho con mi macchinetta italiana.
Llegados a este punto nada de lo anterior tiene relevancia. Una vez que llegamos al parque natural nos adentramos en uno de los observatorios. Sería un día como hoy hace dos años cuando nos masturbamos frente a frente en lo alto de una torreta. Recuerdo la calidez de los azulejos de arcilla al contacto con mi espalda. La iniciativa surgió como algo lúdico o más bien desafiante: ¿te atreverías? Yo, rancia, dije que no y observé con asombro cómo se sacaba la polla y empezaba a meneársela. Me senté a esperar y en contra de mi pronóstico fui excitándome; así que me desabroché el vaquero y me uní a los tenues sonidos que él emitía. Yo me corrí antes. Aún con contracciones vaginales observé cómo se retorcía de gusto. Dejó el suelo impregnado de semen, me miró y sonrió. Después me pidió un trago de café.

miércoles, marzo 09, 2005

Talón de Aquiles

De mi estancia en París lo más dulce que recuerdo fue la merienda a la que me invitó mi querido Bernard; un chico de ascendecia franco-egipcia que estudiaba políticas en La Sorbona. Nos presentó un amigo común en una de esas aburridas fiestas que celebran los parisinos en sus casas. Luego coincidimos en una conocida "brasserie" de Montamartre. Me propuso acompañarlo a la Isla Saint Louis porque tenía que llevar mercancía psicotrópica a un colega. Accedí a regañadientes, más por aburrimiento que por tener verdadero interés en conocer a un colgao repijo. Cumplimos con el encargo. Después me llevó a una negocio de la isla; era una tetería muy pequeña, dividida en dos salones: un sitio encantador. Detrás de una vitrina había cuatro tartas de chocolate diferentes: naranja, menta, limón o frambuesa. Del fondo de la tienda salió una mujer gorda que nos saludó afable. Pedimos dos tés y dos trozos de tarta. Disfruté como una enana, tanto de la peculiar orgía gastronómica como de la compañía de Bernard. Él conocía de sobra mi debilidad por los dulces, de modo que se puede decir que me atacó en uno de mis talones de Aquiles. No hay nada como que te conozcan a fondo para que sepan cómo satisfacer tus perversiones.

martes, marzo 08, 2005

Más amor

Mi despertar de hoy ha sido uno de los mejores de los últimos días. Ni siquiera he necesitado música para desperezarme. Estaba compartiendo hombre con otra mujer cuando la alarma del móvil ha sonado. Mi sexo latía presurosamente, víctima de un sueño líquido con una rubia de rizos y un rubio. Ella tenía los senos abultados y redondos con un pezón tieso que sólo descubrí cuando le subí la camiseta. Él era poderoso como un guerrero. Si el inconsciente es revelador de las frustaciones de una el final de la escena me inquieta. La rubia montaba al chico, éste se vuelve y me empieza a comer el morro. Luego le dice a la otra que se vaya y yo siento una presión intermitente en las paredes de mi vagina. Mientras la rubia se viste en el borde de la cama él sigue metiéndomela y yo, disfrutando. Con esa sensación me he despertado.
En el autobús se lo he contado a mis chicas y las he pedido que me ayudasen a interpretar el sueño. Lo que hemos concluido es que percibo competencia por parte de otras mujeres. Aunque mi particular visión es que necesito más amor y menos sexo.

lunes, marzo 07, 2005

El beso

Hay un montón de peña que lee en el metro, lo cual me resulta cómodo para observar a los guapos. Lo que es extraño es ver que alguien lea ante todos un libro de "La sonrisa vertical" sin ruborizarse. El viernes me sucedió. Era un chico de manos sugerentes y estaba de pie justo delante de mí. Esto me permitió adivinar de qué libro se trataba. Tenía una nuca apetecible, con un pendiente en el lóbulo de la oreja derecha, y un aspecto cuidado al máximo, con patillas finas que le enmarcaban el rostro. No se si fue por eso que pensé que era gay.
Me adentré en su lectura. La tía del libro se la mamaba a un tipo gordo mientras se introducía un consolador en el chocho. Reconocí al asqueroso personaje pasivo. Había utilizado ese libro en algunas ocasiones para leérselo a mis amantes mientras me penetraban. Por lo tanto, sabía cómo terminaba aunque eso en un libro erótico es lo de menos. El caso es que estaba tan embebida en mis pensamientos que me pasé la parada. Tampoco me importó; tan sólo llegaría a casa más tarde de lo previsto. En ese momento entró mucha gente en el vagón, por lo que me vi obligada a ponerme frente a él, muy pegadita a su cuerpo. Ya no podía seguir la lectura así que lo miré fijamente, recreándome en su boca. De repente sus ojos se clavaron en mí y lo sonreí complaciente.
-Cuando llegues al siguiente capítulo lo vas a flipar con la Marga- Le espeté. Me miró extrañado pero luego esbozó una leve sonrisa indulgente.
-¿Estabas espiándome?- Preguntó, divertido.
-Digamos que soy un poco curiosa- Dije a modo de disculpa. Eso le dio pie para proponerme ir a su casa.
-Sólo si me besas en condiciones- Le contesté al oído. El beso es la prueba de fuego para evaluar cómo se desenvuelve alguien sexualmente y como me gustó su beso, accedí. De gay nada. Al final acabamos follando al ritmo de Ramsteim. Un chico duro, you know?

jueves, marzo 03, 2005

De putas

Entre las putas cinematográficas (como en todo) están las buenas y las mediocres. Entre las últimas, la Deneuve de "Belle de Jour" y Romy Schneider en "Boccacio 70". Entre las mejores, la Loren de "Ieri, oggi e domani" y la Cruz de "Non ti muovere".
Hay algo de verdad en la distinción que hacía Hitchcock entre rubias y morenas. Escribí hace unos días en el blog de un amigo que las putas buenas son las apasionadas, las que disfrutan comiéndotelo todo, las que te arrancan las bragas sin contemplaciones. Y esas sólo son morenas. Las otras (las zafias, huecas y sin corazón), las pusilánimes mujeres de Hitchcock, con su moño y su Hermes, jamás podrán ser discípulas del eros. Porque están más preocupadas en no despeinarse que en chupártelo con esmero. Veo a la Loren quitándose las medias y me la creo. Porque únicamente una belleza racial como ella puede hacerte una cubana en condiciones. Sólo quien discute con Mastroianni a tortas puede dártelo todo en la cama. Otro tipo de puta es la que interpreta Pe; más vulnerable, menos alegre pero igualmente mediterránea. La ves en la pantalla y de repente te viene el olor a coño.
Puede que los caballeros prefieran a las lánguidas rubias. Yo, sin duda, me quedo con las morenas. Pero como no me van las intolerancias haré una malévola concesión: una rubia sólo es una puta creíble si tiene el coño rubio.

miércoles, marzo 02, 2005

Eficacia probada

Los idiomas dan mucho de sí. Lo sé por experiencia. Ayer estuve tomando un café en "El Comercial" con uno de mis últimos amantes y tras dos horas de conversación animada me invitó a otro café, esta vez, en su casa. Accedí con mirada felina, así que salimos a la glorieta de Bilbao y cogimos un taxi. El que iba a ser mi chico durante las próximas horas vivía ahora por Colombia, en un ático muy chic (algo totalmente previsible de un diseñador de interiores).
El ascensor sirvió para calentar motores. Yo le desabroché los primeros botones de su camisa mientras él me acariciaba las medias de rejilla y me mordía en el cuello. Una vez dentro del apartamento, me enseñó las vistas. Nada del otro mundo, pero fue una excusa para ponerme contra la cristalera y hacerme sentir su paquete por detrás. Entonces me volví y le dije malhumorada:
-J'suis pas ta p'tite salope! -Él hizo caso omiso, me levantó la falda e hizo un amago de bajarme las medias, sólo que se topó con mi liguero. Entonces se desabrochó el pantalón, se sacó la polla y me condujo de un brazo al sofá con forma de labios. A pesar de que lo deseaba tanto como él, le dije en un tono caprochoso:
-Lâche-moi, spèce de bâtard! -Pero en vez de soltarme, me agarró más fuerte todavía, me hizo sentarme y me dió con su polla en la cara. Yo lo miré desafiante:
-Putain, tu comprends pas ou quoi? -El resto es historia y pertenece a uno de los polvos más salvajes del último mes.
Está 100% comprobado. Le hablas a un tío como una zorra francesa y se pone perro perdío.

martes, marzo 01, 2005

Lo sublime

Me fascinan las historias que contienen dentro más historias; los microcosmos dentro del cosmos; la matrioska que encierra otras... Porque entiendo que es la mímesis de lo que somos cada uno de nosotros... Pensamientos tan dispersos no tienen que ver con el eros pero sí con lo sublime, con lo cual la justificación de que aquí aparezcan es legítima. Pero intentaré no perderme: yo hablaba de esas fábulas que narran fábulas.
Esta es la historia de un chico que ama a una muchacha. La joven le dice que si de verdad la ama deberá esperar cien días con sus respectivas noches bajo la torre en la que está cautiva. El muchacho espera la primera semana y la segunda. Conforme pasa el tiempo las temperaturas descienden y empiezan a caer las primeras lluvias. El chico aguanta decidido en su propósito; tozudo como ninguno. Entre tanto las gentes que pasan por la plaza se ríen de él, ya que lo ven cada día más andrajoso. Sin embargo, el joven se mantiene en su empeño sin un ápice de duda y cada día que pasa se siente más cerca de su amada. Así llegó la noche noventa y nueve. Justo antes de que las campanas del pueblo diesen las doce; el joven miró el cielo despejado. Con semblante tranquilo observó cómo las estrellas brillaban tímidas sobre el fondo oscuro. Justo entonces se levantó con parsimonia, recogió sus pertencias y se fue.
Una no sabe muy bien por qué decide marcharse. ¿Tal vez porque esa es la prueba que necesitaba para demostrarse a sí mismo que lo puede todo? ¿O porque la meta, que se le antojaba inalcanzable y preciosa, se le revela secundaria en comparación con el camino hasta llegar a ella? El caso es que este relato se inserta en otro. El depositario de esta historia es un joven y la escucha de los labios de un viejo ciego. ¿Le sirve de algo la fábula? ¿Es una metáfora de su propio destino? Las claves, en "Cinema Paradiso".

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